El Creador de Bambi Escribió en Secreto la Novela Erótica Más Prohibida del Siglo XX

¿Te imaginas que el hombre que creó a Bambi, ese tierno cervatillo que Disney convirtió en símbolo de la inocencia animal, también escribió una de las novelas eróticas más escandalosas de principios del siglo XX? La historia de Felix Salten es tan fascinante como reveladora, y me hace reflexionar sobre los prejuicios que enfrentamos los autores cuando exploramos géneros completamente opuestos.

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Personalmente, descubrí que este autor había escrito también una novela erótica leyendo la introducción del libro Las he amado a todas, del cual también hablé en esta web. Y claro, eso enseguida me hizo acordar de mí mismo, porque yo también escribo otros géneros muy distintos a los que ves en esta web. Pero eso te lo contaré después. Primero…

El Bambi que No Conoces y Su Creador Secreto

Felix Salten no era precisamente el dulce amante de la naturaleza que podrías imaginar. Este escritor austriaco, además de crear la historia del cervatillo más famoso del mundo, escribió Josefine Mutzenbacher, una autobiografía ficticia de una prostituta vienesa que se considera una de las obras eróticas más explícitas de la literatura alemana.

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Mientras Bambi aprendía a dar sus primeros pasos en el bosque, Josefine narraba con todo lujo de detalles sus encuentros sexuales desde la infancia hasta la edad adulta. Dos mundos literarios tan opuestos que parecen imposibles de conciliar… hasta que entiendes que ambos exploraban, cada uno a su manera, los instintos más primarios de la supervivencia.

Mi Propia Dualidad y Cómo Se Nutren los Extremos

Esta dualidad radical de Salten refleja perfectamente mi propia experiencia como escritor. Como Kay Nuit, mi pseudónimo, navego por las aguas profundas del erotismo, las relaciones liberales y el poliamor. Y después, con mi nombre real u oficial, creo mundos mágicos donde los gatos son protagonistas de aventuras llenas de ternura, magia y moraleja.

¿Contradictorio? En absoluto. Como Salten demostró, tanto la inocencia como la experiencia son parte fundamental de la condición humana.

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Lo que más me fascina es cómo, en el fondo, tanto Bambi como Josefine Mutzenbacher hablaban de lo mismo: instintos, supervivencia, y la cruda realidad de la existencia. Uno desde la metáfora animal, la otra desde la experiencia humana más descarnada.

Como escritor que navega entre Kay Nuit y su nombre real de autor, entiendo que ambas facetas se nutren mutuamente. Mis historias románticas o eróticas tienen la sensibilidad que nace de mantener vivo al niño interior. Me encanta jugar con los personajes, reírme y sufrir con lo que les sucede, imaginar mil y una posibilidades, retorcerlo todo, como quien juega con sus juguetes favoritos, planeando la mejor forma de divertirse y que se diviertan sus lectores.

La Asimetría del Prejuicio: Dos Públicos, Dos Morales

Aquí viene lo fascinante: mis lectores de literatura erótica y relaciones liberales son sorprendentemente abiertos cuando descubren que también escribo para jóvenes. Su reacción suele ser de curiosidad genuina, incluso de admiración. «¡Qué hermoso que puedas crear tanto para adultos como para niños!», me han dicho más de una vez.

Y tiene sentido. El público que lee sobre relaciones liberales parte de una base de apertura mental absoluta donde todas las posibilidades caben. Son personas que han cuestionado las normas establecidas sobre el amor, que exploran la diversidad sexual y emocional sin prejuicios. Para ellos, que un autor pueda transitar entre géneros es completamente natural, aunque no vayan a leer mis libros juveniles.

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Pero imagínate la escena contraria: estoy en una presentación de mis libros de gatos mágicos, rodeado de niños y padres, y menciono casualmente que también escribo novelas románticas, eróticas y sobre relaciones abiertas o liberales. El aire se cortaría con un cuchillo.

¿Por qué esta diferencia tan radical? El público joven —o más bien, sus padres— suelen estar condicionados por una moral más bien cristiana (o del tipo que sea, ya nos conocemos…) y por los productos que hoy en día se hacen para jóvenes. Como si estos tuviesen que educarse en unos valores «mejores» o «superiores» que otros que también existen, como si solo hubiese una forma de amar, sentir o relacionarse.

Es esa línea invisible pero férrea: puedes saltar de lo «adulto» a lo «puro», pero nunca al revés sin despertar sospechas.

De la Prohibición Histórica a los Prejuicios Actuales

El caso de Salten ilustra perfectamente esta hipocresía social a través del tiempo. Josefine Mutzenbacher se publicó inicialmente de forma anónima en 1906. No solo tuvo que ocultar su autoría, sino que la obra fue oficialmente prohibida hasta 1968 y considerada perjudicial para la juventud hasta 2017, lo que demuestra el nivel de escándalo que generó. Durante décadas, nadie supo quién era el verdadero autor, hasta que los críticos y académicos —e incluso el gobierno austriaco— confirmaron que el mismo hombre que había creado el símbolo Disney de la inocencia también había escrito una de las obras eróticas más controvertidas de su época.

Salten vivió esa dualidad en secreto, compartimentando sus facetas como si fueran pecados incompatibles. Tuvo que elegir entre firmar su obra erótica o mantener su reputación como autor «respetable».

Foto de Felix Salten.

Hoy, en plena era digital, parece que tenemos más libertad que Salten para gestionar nuestras múltiples identidades creativas. Como si pudiésemos elegir cuánto de nosotros mostrar a cada público sin renunciar completamente a ninguna faceta. Pero no es del todo cierto ya que el público del siglo XXI sigue teniendo los prejuicios que tenía en el siglo XX o el XIX. No es lo mismo, claro está, pero no te puedes mostrar como te dé la gana. Lo que hemos ganado es que puedes publicar lo que quieras, que no te van a prohibir (depende del país donde vivas…), pero sigues sin poder decir en abierto que publicas tanto erótica como literatura infantil o juvenil, porque, como ya dije antes, puede que los lectores del género más inocente te tachen de algo que no eres. Y es totalmente injusto. Como si los seres humanos fuésemos unidimensionales.

El Legado de la Honestidad Creativa

Salten nos enseñó que los grandes autores no tienen por qué ser unidimensionales. Sus dos obras maestras, tan opuestas y tan perfectas en sus respectivos géneros, demuestran que la literatura verdadera no entiende de etiquetas morales. Solo entiende de honestidad emocional y maestría narrativa.

La lección permanece: la grandeza literaria no está en la pureza de un solo género, sino en la capacidad de tocar todas las fibras del alma humano, desde la más inocente hasta la más transgresora.

¿Conocías esta dualidad de Salten? ¿Crees que seguimos arrastrando prejuicios innecesarios sobre qué debe escribir cada autor? Me encantaría leer tu opinión en los comentarios.

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¡Hasta otra! Un placer.

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